De la idea de escribir algo al diálogo interno con mi otro yo

Aquí estoy sentado en la cocina de mi casa en Montreal, listo delante del teclado de mi teléfono celular, tratando de hilar con palabras lo que viene de adentro, eso que mi diálogo interior, mi otro yo me dice que escriba.

Las líneas emergen poco a poco. Una oración tras la otra, el texto lentamente se va mimetizando, para luego convertirse en párrafos que en algún momento tomarán sentido.

Es un proceso creativo, orgánico y liberador. Escribir es una de las formas que he encontrado para darle sentido a lo que soy, de una manera iterativa, cíclica, a veces sin sentido perceptible en el momento en el que escribo, pero definitivamente necesario para expresar lo que con la voz no es posible.

Mi esposa me habla, mi hija da vueltas a mi alrededor quitándome la gorra que llevo puesta. El diálogo interior sigue su curso, como una conversación entre venezolanos, de esas en las que saltamos de un tema a otro, hacia delante y hacia atrás sin parar.

Este va y ven, este baile que aquí describo, se expresa mediante la escritura, se amplifica con la lectura y toma forma mediante los dibujos que hago jugando con mi hija y los diagramas que fabrico para comunicar mis ideas en el trabajo.

Escribir es un espacio creativo, donde me doy la libertad de ser quien soy.

Mientras tanto Pedro me llama por teléfono, me interrumpe diciéndome que me olvide de ir a Venezuela, que es imposible que me de tiempo de conseguir la visa para mi hija, que deje de soñar, que pare de escribir, recordándome que es momento de volver a la tierra, a la realidad.

Pero sigo en mi mundo lleno de palabras. El diálogo interno se intensifica, la sensación de adrenalina que me provoca la escritura, se hace presente en todo el cuerpo, me impide parar, me invita a seguir escribiendo.

Mi esposa sigue dándome ideas, mientras me dicta nombres mientras cocina. A lo lejos se escucha mi hija, tomando su ducha vespertina de todos los días y yo sigo aquí, sentado en el banco blanco en la cocina de mi casa, en mi burbuja, en mi diálogo con mi otro yo, el otro yo que escribe.

Ser padre

Siempre había querido ser padre, creo que desde que me convertí en uno desde que fui abandonado por el mío. Esa sensación de amar, dar y recibir, esa oportunidad única de enseñar y cuidar a otra persona, que va creciendo y se va moldeando con tu ejemplo, con tu ayuda, a tu semejanza me ha fascinado desde que soy un adulto.

Desde que ese deseo se convirtió en realidad, he descubierto miles de facetas desconocidas e inesperadas en este rol, único y fundamental en la sociedad y en la familia que es el del padre.

Mi amor por los niños, la fuerza de verte reflejado a través de los actos de tu hijo, el tamaño infinito de ese amor imposible de repetir y sus diferencias marcadas con el amor que le tengo a mi esposa.

Es muy singular este sentimiento, es una responsabilidad que no tiene fin, que me identifica y confronta con mis valores y principios, llena de altas y bajas, de cambios de todo tipo, la experiencia ultra sensorial que puede elevarte y al mismo tiempo tirarte por el suelo.

Ser padre me ha permitido aceptar la imperfección, lo que consideraba eran errores de crianza y comportamiento de mi padre, abriéndole espacio a la flexibilidad, la compasión y la autocompasión.

Ser padre me ha hecho entender mejor la vulnerabilidad de ser humano, de estar vivo, de lo bonita que es la vida compartida, el amor en una de sus máximas expresiones.

Que alegría que he tenido el coraje de ser todos los días un mejor hombre, una mejor persona, alguien que se ama y se acepta como es y así puede amar mejor al resto del mundo.

Un deslave y 20 computadoras

En 1999 fue el deslave de la guaira. Recuerdo ver llover sentado en una de las mesas de la cafetería de la facultad de ciencias de la UCV donde estudiaba el pre grado en ciencias de la computación.

Era 14 de diciembre y llovía mucho, sin parar. Al día siguiente, el responsable del centro de computación nos decía que teníamos que hacer algo para ayudar y que la gente de responsabilidad civil estaba buscando una forma, un sistema a través del cual se pudiese saber en qué refugio se encontraban las víctimas de la vaguada, para así poder facilitar el reencuentro con sus familiares a través del país.

Así, de una tragedia enorme, nació la idea de juntarnos para crear una base de datos en la que a través ee voluntariado, pudiéramos ingresar las listas de personas que llegaban a los refugios y poder hacer visible al país, a sus familiares por donde comenzar a buscar.

Fue glorioso veraniego mi proposición caló en la cabeza de mis amigos estudiantes y que todos los días, nos encontraríamos en aquel centro de computación, para juntos conectar ayudar a conectar a las personas, unir a las familias.

Pasamos 15 días haciendo esto: llegábamos a las 8/9 am y nos íbamos a las 7/8/9 de la noche. Hacíamos turnos, echando vaina de la buena, riendo mientras transcribíamos datos y más gente llegaba para apoyarnos como voluntarios. Recuerdo que hasta en la radio RCR me entrevistaron para hacer visible lo que estábamos haciendo.

Comenzamos a recibir comida donada para apoyarnos de diferentes locales e instituciones, y hasta fuimos a animar con nuestras parrandas navideñas a los refugiados del estadio de la UCV y repartir insumos a la gente que estaba en el poliedro de caracas.

Allí supe que mi misión en la vida era conectar a la gente, ayudar al prójimo y hacer uso de mi talento de animador para inspirar a los otros.

Un Incendio y mil manos

En Febrero de 2008 vivíamos en el cuarto de mi esposa en la casa de mi suegro. Habíamos reducido nuestras pertenencias acumuladas durante nuestros 5 años de matrimonio, al espacio que nos daba esta habitación y el closet de otra.

Estábamos sólo a 7 meses de la fecha de emigrar a Canadá, ansiosos esperando la llegada de la visa de residentes canadienses a la embajada de Canadá en caracas. Esa noche de carnaval, era domingo alrededor de las 7pm cuando salimos vestidos de mono y ropa deportiva, a compartir un risotto en casa de una muy buena amiga que vivía en san Bernardino.

El suegro se quedó en la casa viendo su televisión en el estudio de la planta baja de su casa. Alrededor de las 9pm, mi esposa recibe una llamada telefónica de un número desconocido de un número fijo cantv. Era la vecina que asustada nos anunciaba curiosa y asustada que había un incendio en la casa de mi suegro y que los bomberos estaban allí.

Salimos disparados, acelerando a toda velocidad por la cita mil de caracas. Una vez en la calle vimos un despliegue tipo CSI de bomberos y policías frente a la casa del suegro, y si no era humo era agua lo que salía de la casa.

En el techo montados habían múltiples bomberos apagando el incendio que una chispa en el calentador de agua ubicado en el closet de nuestro cuarto había iniciado. Mi suegro estaba a salvo, y los bomberos sabiendo que éramos miembros de la familia que habitaba la casa, nos dejaron entrar.

Un gran tubo aspiraba el humo que venía desde la planta superior de la casa y lo arrastraba hacia la planta baja. Había agua por todos lados, era impresionante y lo más impresionante fue como en esa tragedia siendo nosotros las víctimas, aparecieron manos voluntarias de todas partes.

Una tropa de vecinos que jamas habíamos visto, se apersonaron cepillo en mano para sacar el agua de la planta baja hacia la acera de la calle. Estuvieron horas haciéndolo sin parar y cuando la misión desagüe terminó alrededor de las 3am, desaparecieron como vinieron, si dejar rastro, sin pedir cuentas. Al día siguiente, apreció la tropa que venía a darnos ropa y cobija.

Nos quedamos sin pertenencias, si closet ni cuarto principal, sin desodorante, zapatos ni nada. Y así como yo ayudé a otros, el círculo de la vida trajo a esta tropa de gente que limpió nuestra casa, nos alimentó, vistió y hasta los escombros del incendio ordenó y montó en camiones.

Escribiendo estas líneas me doy cuenta de como la vida te da lo que ofreces, bello círculo nop?

El abrazo inesperado

Era 17 de Mayo del 2007 y estábamos reunidos en la gatera, la casa de mi suegro, celebrando el primer año de vida de mi ahijada Val.

La tía D, llegó de su trabajo alrededor de las 2 de la tarde y aún celebrábamos la gran noticia de su estado de remisión del cáncer de seno que había estado asediando su vida.

La tía D siempre mencionaba a sus dos hijos varones, el mayor que vivía en Australia y el menor que había faltado a la fiesta porque andaba en la playa. Avanzada la celebración, escuchamos un grito y de repente todo su agitó.

Mi cuñado médico saltó sobre la tía D, luego que de verla gritar de dolor llevando su mano al corazón y cayendo de la silla en la que se encontraba.

De allí, un grupo se fue a la urgencia de la clínica la floresta mientras yo me quedaba atrás asistiendo a las hermanas de la tía D para luego llevarlas en mi carro a ver el estado de su hermana en la clínica.

Una vez localizado el hermano menor, lo puse al tanto de la situación y me puse el sombrero de hermano mayor, puesto que el verdadero estaba a miles de kilómetros tratando de abordar un avión que lo llevaría a caracas 3 días más tarde.

Hubo muchos trámites, miles de cosas administrativas que resolver y le tocaba al hijo menor hacerlo, pero él, estaba perdiendo a su madre, ella se estaba muriendo y yo podía simplemente ayudarlo a conectarse con el momento, con la partida de su mamá, con la familia y con su hermano que no podría ser testigo de la muerte de su madre dos días después del episodio en la gatera.

En 2011, el hermano mayor vino a visitarnos en la ciudad de Montreal y sentados compartiendo una Poutine (papás con salsa), se levantó de la mesa y me dijo esta palabras que nunca olvidaré: mi hermano me contó lo que hiciste durante el episodio de la muerte de mi mamá. Gracias por haber ayudado a mi hermano cuando yo no pude.

Una vez más en la emergencia y en las tragedias de la vida, pude ayudar a conectar a otros y hoy con lágrimas en los ojos recuerdo ese abrazo fraternal de agradecimiento que pocas veces recibimos durante nuestras vidas.