Un Incendio y mil manos

En Febrero de 2008 vivíamos en el cuarto de mi esposa en la casa de mi suegro. Habíamos reducido nuestras pertenencias acumuladas durante nuestros 5 años de matrimonio, al espacio que nos daba esta habitación y el closet de otra.

Estábamos sólo a 7 meses de la fecha de emigrar a Canadá, ansiosos esperando la llegada de la visa de residentes canadienses a la embajada de Canadá en caracas. Esa noche de carnaval, era domingo alrededor de las 7pm cuando salimos vestidos de mono y ropa deportiva, a compartir un risotto en casa de una muy buena amiga que vivía en san Bernardino.

El suegro se quedó en la casa viendo su televisión en el estudio de la planta baja de su casa. Alrededor de las 9pm, mi esposa recibe una llamada telefónica de un número desconocido de un número fijo cantv. Era la vecina que asustada nos anunciaba curiosa y asustada que había un incendio en la casa de mi suegro y que los bomberos estaban allí.

Salimos disparados, acelerando a toda velocidad por la cita mil de caracas. Una vez en la calle vimos un despliegue tipo CSI de bomberos y policías frente a la casa del suegro, y si no era humo era agua lo que salía de la casa.

En el techo montados habían múltiples bomberos apagando el incendio que una chispa en el calentador de agua ubicado en el closet de nuestro cuarto había iniciado. Mi suegro estaba a salvo, y los bomberos sabiendo que éramos miembros de la familia que habitaba la casa, nos dejaron entrar.

Un gran tubo aspiraba el humo que venía desde la planta superior de la casa y lo arrastraba hacia la planta baja. Había agua por todos lados, era impresionante y lo más impresionante fue como en esa tragedia siendo nosotros las víctimas, aparecieron manos voluntarias de todas partes.

Una tropa de vecinos que jamas habíamos visto, se apersonaron cepillo en mano para sacar el agua de la planta baja hacia la acera de la calle. Estuvieron horas haciéndolo sin parar y cuando la misión desagüe terminó alrededor de las 3am, desaparecieron como vinieron, si dejar rastro, sin pedir cuentas. Al día siguiente, apreció la tropa que venía a darnos ropa y cobija.

Nos quedamos sin pertenencias, si closet ni cuarto principal, sin desodorante, zapatos ni nada. Y así como yo ayudé a otros, el círculo de la vida trajo a esta tropa de gente que limpió nuestra casa, nos alimentó, vistió y hasta los escombros del incendio ordenó y montó en camiones.

Escribiendo estas líneas me doy cuenta de como la vida te da lo que ofreces, bello círculo nop?

El abrazo inesperado

Era 17 de Mayo del 2007 y estábamos reunidos en la gatera, la casa de mi suegro, celebrando el primer año de vida de mi ahijada Val.

La tía D, llegó de su trabajo alrededor de las 2 de la tarde y aún celebrábamos la gran noticia de su estado de remisión del cáncer de seno que había estado asediando su vida.

La tía D siempre mencionaba a sus dos hijos varones, el mayor que vivía en Australia y el menor que había faltado a la fiesta porque andaba en la playa. Avanzada la celebración, escuchamos un grito y de repente todo su agitó.

Mi cuñado médico saltó sobre la tía D, luego que de verla gritar de dolor llevando su mano al corazón y cayendo de la silla en la que se encontraba.

De allí, un grupo se fue a la urgencia de la clínica la floresta mientras yo me quedaba atrás asistiendo a las hermanas de la tía D para luego llevarlas en mi carro a ver el estado de su hermana en la clínica.

Una vez localizado el hermano menor, lo puse al tanto de la situación y me puse el sombrero de hermano mayor, puesto que el verdadero estaba a miles de kilómetros tratando de abordar un avión que lo llevaría a caracas 3 días más tarde.

Hubo muchos trámites, miles de cosas administrativas que resolver y le tocaba al hijo menor hacerlo, pero él, estaba perdiendo a su madre, ella se estaba muriendo y yo podía simplemente ayudarlo a conectarse con el momento, con la partida de su mamá, con la familia y con su hermano que no podría ser testigo de la muerte de su madre dos días después del episodio en la gatera.

En 2011, el hermano mayor vino a visitarnos en la ciudad de Montreal y sentados compartiendo una Poutine (papás con salsa), se levantó de la mesa y me dijo esta palabras que nunca olvidaré: mi hermano me contó lo que hiciste durante el episodio de la muerte de mi mamá. Gracias por haber ayudado a mi hermano cuando yo no pude.

Una vez más en la emergencia y en las tragedias de la vida, pude ayudar a conectar a otros y hoy con lágrimas en los ojos recuerdo ese abrazo fraternal de agradecimiento que pocas veces recibimos durante nuestras vidas.