El viaje que me ha llevado más lejos


Mi sobrina mayor, la única que vive en Venezuela, decidió casarse en la isla de margarita durante los carnavales del 2022.

Luego de haber pospuesto el matrimonio en Octubre de 2021, la fecha de finales de febrero parecía definitiva, inamovible.

Mi esposa y yo, comenzamos a planearlo todo. Desde boletos aéreos para viajar de Montréal a Caracas, hasta el alquiler del carro para trasladarnos en la isla de Margarita.

Aunque me daba miedo regresar a Venezuela pensando aún en la inseguridad física y en las historias de horror que circulan en medios digitales y redes sociales, me pasé un switch y comencé con Luisa a organizar la logística del viaje, particularmente la solicitud de la visa de turista para nuestra hija canadiense, aún sin documento de identidad venezolano.

La segunda semana de Enero, ya teníamos los tickets para ir via Panamá a Caracas, los pasajes para volar de Caracas a Porlamar, el hotel reservado en playa guacuco y el carro alquilado, además de todos los documentos para solicitar la visa de turista para nuestra hija.

Hicimos la solicitud de la visa, tal y como lo describía la página web de la embajada de Venezuela en Ottawa, Canadá. Enviamos todos los documentos en un sobre vía correo certificado y esperamos. Esperamos una semana, dos y fue a la tercera que nos decidimos a enviar un correo electrónico para tener noticias del trámite y nada, no hubo respuesta. Intentamos llamar al número de teléfono de la embajada y ni siquiera el buzón de voz estaba configurado.

Desesperados, estuvimos a punto de ir a la embajada personalmente, aún sabiendo que no te reciben sin previa cita, y que para este tipo de trámite no hay forma de solicitar una cita para hacer preguntas, validar el estado de tu trámite o hacer consulta alguna.

Fue allí que el primer milagro ocurrió: conversando con nuestros mejores amigos en Montreal, resulta que ellos estaban quedándose por casualidad esa noche en Ottawa, con la intención de ir al día siguiente a tramitar la solicitud de renovación de su pasaporte venezolano.

Así que sin pensarlo, les imploramos que preguntaran por nuestra demanda de visa y que intentarán recuperar el pasaporte canadiense de nuestra hija, que estaba por cierto dentro del sobre certificado enviado para solicitar la visa de turista venezolana.

Aún lo repito y sigo sin creerlo: ellos lo lograron. Recuperaron el sobre entero, con todos nuestros documentos dentro.

Algo insólito que vivieron mis amigos, fue el tremendo regaño que les dió la persona encargada en la embajada, quien refunfuñando les dijo a viva voz que seguía sin comprender porqué la gente seguía enviando documentos para hacer ese tipo de tramites a la embajada, si era obvio que las visas no se estaban tramitando por allí sino en los consulados de los países que conectan directo con Venezuela vía aérea (República dominicana, Panamá y México) 😳

Además del regaño desproporcionado, esa persona le entregó a unos extraños (nuestros amigos menos mal), los documentos de identidad de otra persona, sin pensar en las consecuencias que ese acto habría podido ocasionar. Menos mal que nuestros hermanos, amigos venezolanos recuperaron el pasaporte de nuestra hija y lo trajeron de vuelta a nuestras manos.

Faltando solo 1 semana para la fecha del viaje a Venezuela, y luego de darle mil vueltas al asunto, tomé una decisión que me hizo comprender lo que significa ser adulto cuando le dije a mi esposa: mi amor, yo me quedo en Montreal con nuestra hija y tú vas al matrimonio de nuestra sobrina.

Sentí rabia, impotencia, frustración de ver qué querer a veces no significa poder, que a veces toca aceptar, ceder y resignarse ante lo que la vida te propone.

Ese día grite de rabia y luego transformé esa energía en acción, la que necesitaba mi esposa para viajar tranquila a Caracas, separarse por primera vez de nuestra hija por más de 15 días y después de muchos años, de mi.

En esos días de preparación, hablé con mi psicoanalista en el diván y le dije que esta sería una gran oportunidad para acercarme más a mi hija, demostrarme a mi mismo que podemos estar juntos ella y yo, sin mamita (así le decimos a Luisa en casa), pasarla muy bien, divertirnos y cuidarnos el uno al otro.

Y así han sido estos 14 días, maravillosos. Un regalo inolvidable que me ha ofrecido la vida, unos días en los que he tenido la oportunidad de ser el mejor papá posible para mi hija, el amo de la casa, con todo lo que eso implica: limpiar, ordenar, recoger y sacar basuras, lavar la ropa, peinar, jugar, asear y estar pendiente de todo lo que mi hija necesita y pide, sí, ser y hacer lo que hace mamita todos los días, sólo por unos días.

Este regalo me ha permitido viajar más allá, viajé hacia lo más profundo de mi mismo para conectarme con mi esencia, viviendo con la montaña de emociones que implica criar solo a un hijo, al menos enfrentarlo por unos días, la responsabilidad de hacerlo bien, de cuidarlos, de cuidarme y de estar bien física, mental y emocionalmente.

Viajé más allá de Venezuela, lo confieso. Estos días me han servido para vivir profundamente la aventura de ser el papá de una hija maravillosa, de estar casado con una esposa que lo hace todo para que estemos bien todos los días, para disfrutar de la alegría y el orgullo de darme cuenta que soy un buen padre y que tengo la habilidad de crear un mundo donde mi hija se siente libre, feliz, donde puede reír, cantar, saltar y jugar, y que ese mundo puedo fabricarlo yo, a pesar que mamita no esté allí, con nosotros físicamente.

Lo mejor de todo es que ahora que mi Luisa regrese a la casa, podremos hacer de nuestro mundo un espacio aún más rico, más grande, más completo y todo gracias a esta maravillosa experiencia.

Es un milagro estar vivo, y tener suficiente conciencia para entender que siempre tengo la opción de ver las cosas desde otra perspectiva, una que es positiva, en la que algo voy a aprender para seguir creciendo, mejorando, donde puedo aceptarme como soy, a pesar de que en el camino me pueda doler y costar un poco no importa, ahora tengo la certeza de que si puedo.

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